Geografia de las lenguas y carta etnografica de Mexico : precedidas de un ensayo de clasificacion de las mismas lenguas y de apuntes para las inmigraciones de las tribus
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Geografia de las lenguas y carta etnografica de Mexico : precedidas de un ensayo de clasificacion de las mismas lenguas y de apuntes para las inmigraciones de las tribus
- Publication date
- 1864
- Topics
- Indians of Mexico, Indians of Mexico
- Publisher
- Mexico : J.M. Andrade y F. Escalante
- Digitizing sponsor
- Getty Research Institute
- Contributor
- Getty Research Institute
- Language
- Spanish
One map, "Carta etnografica de Mexico", on folded leaf at end
- Addeddate
- 2014-08-05 16:02:12.353094
- Bookplateleaf
- 0005
- Call number
- 9923516180001551
- Camera
- Canon EOS 5D Mark II
- Digital_item
- 1
- External-identifier
-
urn:oclc:record:1027516653
- Foldout_seconds
- 1577
- Foldoutcount
- 1
- Identifier
- geografiadelasle00oroz
- Identifier-ark
- ark:/13960/t50g6fn05
- Invoice
- 101
- Ocr
- ABBYY FineReader 9.0
- Page-progression
- lr
- Pages
- 418
- Physical_item
- 1
- Ppi
- 350
- Scandate
- 20140805163553
- Scanner
- scribe1.valencia.archive.org
- Scanningcenter
- valencia
- Worldcat (source edition)
- 2639229
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Felipe Arancibia834
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June 17, 2022
Subject: Geografía de lenguas mexicanas y su clasificación.
Subject: Geografía de lenguas mexicanas y su clasificación.
Este ensayo de clasificación geográfica de las lenguas de México de Manuel Orozo y Berra es una de los más completos e integrales en el tema, así como también pionero en el ámbito de la lingüística mexicana de los pueblos nativos. Y de esto, lo más notable es que no sólo se limita a enumerar y clasificar las lenguas conocidas hasta ese entonces en la República, bajo diferentes familias, sino también a trazar los orígenes de cada una de estas y las causas por las que llegaron a sucederse, expandirse, retraerse o ubicarse en una determinada área geográfica, e incluso con la descripción de las características propias de cada familia lingüística junto con apuntes etnográficos de las costumbres y creencias de cada pueblo.
Teniendo en cuenta lo anterior, cabe hacer algunas referencias a algunos de los errores y oscuridades en los que parece caer el autor, al menos aparentemente. No hace falta profundizar en el estado de los conocimientos que sobre la materia se tenían a finales del siglo XIX, pues ello se explica por factores externos a la responsabilidad del autor, como la división de familias lingüísticas más grande de lo que actualmente se considera realmente, o la exclusión de unas lenguas dentro de una familia como el náhuatl dentro de las lenguas uto-aztecas. Orozco y Berra parte de la premisa de que, comenzando desde el sur de México, se encuentran anidadas las tribus y grupos lingüísticos de mayor antigüedad y permanencia en el territorio, mientras que, por otra parte, a medida que se sigue ascendiendo hacia el norte, los grupos humanos y sus respectivas lenguas son de una menor antigüedad en el territorio y de llegada más reciente. En este sentido, llama la atención en que, en un apartado, el autor afirme que los toltecas, y con ello la lengua náhuatl que ellos introdujeron, fueron la primera cultura en asentarse en territorio mexicano, contradiciendo todo lo que venía diciendo hace un momento, siendo que estos llegaron desde el norte, e incluso afirma que estos últimos fueron los inspiradores culturales de los pueblos mayas de Guatemala.
De la aparente ambiguedad en las descripciones de Orozco y Berra, se desprende en cierta medida lo que parece haber sido su interpretación de las migraciones históricas de estos pueblos, que sería como sigue: los pueblos de habla náhuatl, es decir toltecas, ocuparon el actual territorio de México no en una, sino en varias y diferentes oleadas sucesivas que se expandieron mayoritariamente en regiones centro-sur. La primera expansión, la que tuvo mayor alcance de todas, permite explicar el poderoso influjo que los toltecas han llegado a tener hoy en día en la toponimia de pueblos, ciudades y terrenos en cuanto a la lengua náhuatl, desde el noroeste en el estado de Sonora hasta la enorme extensión de territorio que llega hasta Guatemala, e incluso Nicaragua. Estas primeras oleadas migratorias de toltecas, en algún sentido, pueden haber sido las que originaron a los artífices que inspirarían los desarrollos culturales comunes a todas las culturas de Mesoamérica, llegando incluso a ser los "antecesores" de los pueblos mayas, a ojos del autor. Posteriormente, una nueva oleada de toltecas del norte llegaría a instalarse definitivamente en la meseta central, desde donde se fundarían los centros políticos de Tula y posteriores de origen tolteca/chichimeca; estos crearían los centros urbanos, políticos y militares que llegaríamos a conocer por medio de los anales, las historias, los registros en monumentos, entre otros, es decir, los "pueblos con historia". La extensión de estos centros imperialistas sería muchísimo menor que en el caso de las primeras olas de migrantes norteños, lo que también explica el gran alcance que estos pudieron haber dejado en la toponimia de la región. En cualquier caso, Orozco y Berra parece seguir manteniendo el que los grupos lingüísticos del sur (Oaxaca, Chiapas, el área Maya), poseen mayor antigüedad que los grupos que habitan el norte, lo que está en abierta contradicción con la idea de que los toltecas (nahuas) hayan sido los primeros en poblar estas tierras. Pero él parece resolver este dilema asentando que, luego de que la primera ola de toltecas diera origen a las culturas mesoamericanas (independientemente de las diferencias idiomáticas), estas evolucionaron por cuenta propia hasta su esplendor y decadencia para luego ser absorbidas por la nueva oleada tolteca proveniente del norte; entre una y otra hay suficiente espacio de tiempo como para que una tradición cultural como la maya haya desarrollado independientemente su propia civilización en el Petén, y luego haya desaparecido sin dejar el menor rastro de sí salvo en los monumentos, al punto de que ni siquiera al tiempo de la conquista hubiera quedado memoria de ellos.
Si bien a pesar de esas ambigüedades, no deja de ser notable el esfuerzo del señor Orozco y Berra por demostrar, para el caso de las lenguas de México, la gran utilidad que pueden resultar del análisis lingüístico para la reconstrucción esquemática de los orígenes culturales de cada pueblo, sus procesos de migración y traslado, y la filiación que estos puedan tener con sus vecinos cercanos o lejanos. La datación cronológica, evidentemente, no cae dentro de la metodología comparativa de las lenguas, mas el hecho en sí de los procesos de cambio entre los pueblos queda bien constatado.
Teniendo en cuenta lo anterior, cabe hacer algunas referencias a algunos de los errores y oscuridades en los que parece caer el autor, al menos aparentemente. No hace falta profundizar en el estado de los conocimientos que sobre la materia se tenían a finales del siglo XIX, pues ello se explica por factores externos a la responsabilidad del autor, como la división de familias lingüísticas más grande de lo que actualmente se considera realmente, o la exclusión de unas lenguas dentro de una familia como el náhuatl dentro de las lenguas uto-aztecas. Orozco y Berra parte de la premisa de que, comenzando desde el sur de México, se encuentran anidadas las tribus y grupos lingüísticos de mayor antigüedad y permanencia en el territorio, mientras que, por otra parte, a medida que se sigue ascendiendo hacia el norte, los grupos humanos y sus respectivas lenguas son de una menor antigüedad en el territorio y de llegada más reciente. En este sentido, llama la atención en que, en un apartado, el autor afirme que los toltecas, y con ello la lengua náhuatl que ellos introdujeron, fueron la primera cultura en asentarse en territorio mexicano, contradiciendo todo lo que venía diciendo hace un momento, siendo que estos llegaron desde el norte, e incluso afirma que estos últimos fueron los inspiradores culturales de los pueblos mayas de Guatemala.
De la aparente ambiguedad en las descripciones de Orozco y Berra, se desprende en cierta medida lo que parece haber sido su interpretación de las migraciones históricas de estos pueblos, que sería como sigue: los pueblos de habla náhuatl, es decir toltecas, ocuparon el actual territorio de México no en una, sino en varias y diferentes oleadas sucesivas que se expandieron mayoritariamente en regiones centro-sur. La primera expansión, la que tuvo mayor alcance de todas, permite explicar el poderoso influjo que los toltecas han llegado a tener hoy en día en la toponimia de pueblos, ciudades y terrenos en cuanto a la lengua náhuatl, desde el noroeste en el estado de Sonora hasta la enorme extensión de territorio que llega hasta Guatemala, e incluso Nicaragua. Estas primeras oleadas migratorias de toltecas, en algún sentido, pueden haber sido las que originaron a los artífices que inspirarían los desarrollos culturales comunes a todas las culturas de Mesoamérica, llegando incluso a ser los "antecesores" de los pueblos mayas, a ojos del autor. Posteriormente, una nueva oleada de toltecas del norte llegaría a instalarse definitivamente en la meseta central, desde donde se fundarían los centros políticos de Tula y posteriores de origen tolteca/chichimeca; estos crearían los centros urbanos, políticos y militares que llegaríamos a conocer por medio de los anales, las historias, los registros en monumentos, entre otros, es decir, los "pueblos con historia". La extensión de estos centros imperialistas sería muchísimo menor que en el caso de las primeras olas de migrantes norteños, lo que también explica el gran alcance que estos pudieron haber dejado en la toponimia de la región. En cualquier caso, Orozco y Berra parece seguir manteniendo el que los grupos lingüísticos del sur (Oaxaca, Chiapas, el área Maya), poseen mayor antigüedad que los grupos que habitan el norte, lo que está en abierta contradicción con la idea de que los toltecas (nahuas) hayan sido los primeros en poblar estas tierras. Pero él parece resolver este dilema asentando que, luego de que la primera ola de toltecas diera origen a las culturas mesoamericanas (independientemente de las diferencias idiomáticas), estas evolucionaron por cuenta propia hasta su esplendor y decadencia para luego ser absorbidas por la nueva oleada tolteca proveniente del norte; entre una y otra hay suficiente espacio de tiempo como para que una tradición cultural como la maya haya desarrollado independientemente su propia civilización en el Petén, y luego haya desaparecido sin dejar el menor rastro de sí salvo en los monumentos, al punto de que ni siquiera al tiempo de la conquista hubiera quedado memoria de ellos.
Si bien a pesar de esas ambigüedades, no deja de ser notable el esfuerzo del señor Orozco y Berra por demostrar, para el caso de las lenguas de México, la gran utilidad que pueden resultar del análisis lingüístico para la reconstrucción esquemática de los orígenes culturales de cada pueblo, sus procesos de migración y traslado, y la filiación que estos puedan tener con sus vecinos cercanos o lejanos. La datación cronológica, evidentemente, no cae dentro de la metodología comparativa de las lenguas, mas el hecho en sí de los procesos de cambio entre los pueblos queda bien constatado.
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